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La Santa  Misa y la entrega personal

    Este acto de unión con Cristo debe ser tan profundo y verdadero que penetre todo nuestro día e influya decisivamente en nuestro trabajo, en nuestras relaciones con los demás, en nuestras alegrías y fracasos, en todo. Acudamos a nuestro Ángel para evitar las distracciones cuando asistimos a la Santa Misa, y esforcémonos en cuidar con más amor este rato único de nuestro día.



I. La entrega plena de cristo por nosotros, que culmina en el Calvario, constituye la llamada más apremiante a corresponder a su gran amor por cada uno de nosotros. En la Cruz, Jesús consumó la entrega plena a la voluntad del Padre y el amor por todos los hombres, por cada uno: me amó y se entregó por mí (Gálatas 2, 20) ¿Cómo correspondo yo a su Amor? En todo verdadero sacrificio se dan cuatro elementos esenciales, y todos ellos se encuentran presentes en el sacrificio de la Cruz: sacerdote, víctima, ofrecimiento interior y manifestación externa del sacrificio, expresión de la actitud interior. Nosotros, que queremos imitar a Jesús, que sólo deseamos que nuestra vida sea reflejo de la suya, nos preguntamos hoy si sabemos unirnos al ofrecimiento de Jesús al Padre, con la aceptación de la voluntad de Dios, en cada momento, en las alegrías y contrariedades, en el dolor y en el gozo.

II. La Santa Misa y el Sacrificio de la Cruz son el mismo y único sacrificio, aunque estén separados en el tiempo: se vuelve a hacer presente la total sumisión amorosa de Nuestro Señor a la voluntad del Padre. Cristo se ofrece a Sí mismo a través del sacerdote, que actúa in persona Christi. Su manifestación externa es la separación sacramental, no cruenta, de su Cuerpo y su Sangre, mediante la transustanciación del pan y el vino. Nuestra oración de hoy es un buen momento para examinar cómo asistimos y participamos en la Santa Misa. Si tenemos amor, identificación plena con la voluntad de Dios, ofrecimiento de nosotros mismos, y afán corredentor.

III. El Sacrificio de la Misa, al ser esencialmente idéntico al Sacrificio de la Cruz, tiene un valor infinito, independientemente de las disposiciones concretas de quienes asisten y del celebrante, porque Cristo es el Oferente principal y la Víctima que se ofrece. No existe un medio más perfecto de adorar a Dios o de darle gracias por todo lo que es y por sus continuas misericordias con nosotros. También es la única perfecta y adecuada reparación, a la que debemos unir nuestros actos de desagravio. La Santa Misa debe ser el punto central de nuestra vida diaria, como lo es en la vida de la Iglesia, ofreciéndonos nosotros mismos por Él, con Él y en Él. Este acto de unión con Cristo debe ser tan profundo y verdadero que penetre todo nuestro día e influya decisivamente en nuestro trabajo, en nuestras relaciones con los demás, en nuestras alegrías y fracasos, en todo. Acudamos a nuestro Ángel para evitar las distracciones cuando asistimos a la Santa Misa, y esforcémonos en cuidar con más amor este rato único de nuestro día.

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La Misa en Mi Vida

Mi Jesús, en algún lugar del mundo en este instante tu pueblo está celebrando la Eucaristía. Mi corazón se siente frío e indiferente y me preguntó por qué razón moriste por mí. ¿No era suficiente el haberme creado para mostrarme tu amor?

La Misa proclama al mundo tu muerte. El mundo ha olvidado tu sacrificio –yo también en mi tibieza– doy por acabado tu sacrificio. Esta es una celebración, una conmemoración del Amor que me tienes y de la fealdad del pecado. El mundo cree que el pecado es una ofensa menor, una debilidad involuntaria que es completamente personal ¿Cómo puedo contemplar tu Pasión y pensar por un solo momento que mis pecados son nada? Costó el sacrificio del Hijo de Dios para saldar la cuenta por mis pecados, éstos despojan a la sociedad de la bondad y me quitan la gracia.

Oh Dios, perdóname por mis pecados, pero sobretodo perdóname por ser tibio, tan negligente, tan duro ante tu Amor. Es mi culpa, Oh Dios, mis terribles culpas las que te clavaron en la Cruz.

Prepara mi corazón para caminar contigo en tu sacrificio y permíteme unir los sacrificios de mi vida diaria a los tuyos; conformo mi vida entera a la vida que viviste sobre la tierra; quiero que, momento a momento, mi existencia corra atraída en pos de tus virtudes.

Abre mis oídos para entender tu Palabra, así como es proclamada por el todo el mundo. Tu palabra es como una semilla y mi alma como la tierra en donde esta semilla cae. No dejes que la mala hierba de este mundo ahogue la semilla y le impida echar raíces. Que mi alma sea como esa tierra fértil que bebe del agua de la vida y le da sustento a la semilla.

(Podrían leer algunos pasajes de las Escrituras)

Jesús mío, quiero imaginarte hablándole a la multitud. Quiero imaginar como mi corazón era inflamado con amor mientras escuchaba tu Palabra; qué poderoso eras mientras les hablabas de tu Padre, cada palabra tuya hubiera sido tan diferente, tan gentil, tan amable. Quiero pensar que habría seguido tus consejos y los habría aplicado en mi vida.

Por qué me embeleso con vanos deseos cuando puedo aplicar las palabras que leo en las Escrituras y aquellas dichas por tu sacerdote con el mismo fervor con que lo hubiera hecho entonces. Todas las cosas están presentes ante ti, Señor, no hay pasado ni futuro, todas las cosas, cada momento del tiempo, desde el comienzo hasta el final, están ante ti. Ya que esto es cierto, permíteme unirme a cada misa que está siendo celebrada en este momento y déjame caminar por cada momento de tu vida junto a ti, deja que tus palabras y tu vida irrumpan en mi cuerpo y mi alma para que pueda ser como Tú.

Querido Jesús, cada vez que veo a tu sacerdote poner el vino y el agua en el cáliz, pienso en como el vino de tu divinidad estuvo unido al agua de tu humanidad en tu Encarnación. Y así, uno el agua de mis imperfecciones, pecados y debilidades, al vino de tu infinita perfección. Transfórmame así como transformarás el agua y el vino, transfórmame en una imagen clara y perfecta de tus perfecciones, permite que el pan de mi naturaleza humana sea ofrecido junto con el pan sobre el altar, y por tu Espíritu, pronuncia esas palabras de consuelo, fortaleza y poder que necesito para vencerme a mí mismo, al mundo y al Enemigo.

Pongo en la patena a todos mis seres queridos, a mis vecinos, a los pobres pecadores y a toda la humanidad. Te ofrezco a todas las personas que has elegido, a los sacerdotes que predican tu Palabra, a la Iglesia, unida a Ti mismo como Esposa, y te pido que derrames tu gracia y santidad sobre todos ellos.

¿No te recuerdan acaso estos ordinarios objetos, el pan y el vino, la nada de la cual nos sacaste? Pero ahora, pronto, tu poder realizará un milagro mucho mayor. No está a mi alcance comprender la creación de Dios de la nada, pero ver al mismo Dios tomando tan simples materias para transformarlas en sí mismo es un misterio, ¡Un amor que sorprende la imaginación y hace que hasta los mismos ángeles se maravillen!

¿Me atreveré a ofrecerte mi insignificante e insuficiente amor, mi pequeña chispa ante tal flama? Mi Dios, ¿Brillará más mi chispa en este momento si perdono a mi hermano? Oh, entonces lo perdonare. ¿Si venzo algún pecado? Entonces venceré. ¿Si fuera más compasivo con el débil, generoso con el pobre, considerado con los ancianos y paciente con los jóvenes? Oh, querido Dios, entonces, seré todas cosas el día de hoy.

Dios Padre, tus divinas perfecciones alegran mi alma. Tú eres Señor, Tú eres la misma Bondad. Toda la creación manifiesta tu poder, tu sabiduría y amor. “Tú me conoces y me sondeas”. “Desde el vientre de mi madre me has elegido para conocerte y amarte”. Dónde vaya ahí estás Tú, no hay lugar secreto donde pueda huir, todos mis pensamientos te son conocidos incluso antes de ser, te preocupas por mí con más cuidado que el que tiene una madre con sus hijos, me proteges con más preocupación que la que tiene un padre con su familia, tu alegría se desborda cuando te encuentro en el Amor, tu Amor me sigue, me busca, cuando me alejo de tus brazos. Eres glorioso y tan solo puedo exclamar en un canto de alegría que solo Tú eres Santo, Santo, Santo, Señor, Dios Todopoderoso.

Señor Jesús, tu Esposa, la Iglesia, está muy necesitada y te la ofrezco también, y te pido que des a sus hijos la fortaleza para mantenerse firmes frente a las persecuciones sutiles que vienen del mundo. Dales el celo para proclamar la Buena Nueva a todos los hombres, la humildad para confiar en tu guía a través del Santo Padre. Dale a los fieles la gracia de ver tu autoridad detrás de las enseñanzas de la Iglesia, la confianza para permanecer seguros incluso cuando la Barca de Pedro se vea sacudida de lado a lado en un mar tormentoso. Guía a todos los obispos y sacerdotes para que puedan vivir en tu espíritu e irradiar tu Vida en la tierra.

Renueva en todos nosotros un mayor amor por María, nuestra Madre, y que su ejemplo de fe, esperanza y caridad nos impulse a cosas grandes. Ella te tuvo en el silencio de la noche, escuchó tus enseñanzas y las ponderó en su corazón. Estuvo al pie de la Cruz y te miró morir lentamente por amor a mí, y permaneció con la primera Iglesia hasta que esta nueva esposa estuviera lista para seguir el Esposo sin temor. Sus brazos estuvieron como lo están ahora, siempre extendidos en ardiente súplica por tu pueblo. Escucha su intercesión por nosotros y la de todos tus santos.

Debo mirar a estos valientes héroes y seguir su ejemplo. Ellos también tuvieron debilidades, pecados y faltas, y aún así, se atrevieron a escalar el monte de la santidad. Mantuvieron la mirada puesta en Ti, Señor Jesús, y no en sí mismos. La santidad se me hace tan lejana. Tú moriste por mí tal como moriste por ellos, Tú me obtuviste la santidad, tal como se la obtuviste a ellos.

Sí, Jesús mío, yo también estoy llamado a las alturas. No permitas que viva en las profundidades. Tu mano derecha siempre está extendida impulsándome a ir más alto –más cerca del Padre– por encima de las cosas pasajeras de esta vida, sin embargo aún vivo en este mundo material en donde es necesario trabajar, comer, beber y dormir; donde mi vecino pasa necesidad y la sociedad vive corriendo detrás de baratijas que brillan y el orgullo envuelve mi alma como un peso muerto. Pero los hombres y las mujeres cuya memoria celebro en el calendario de los santos tuvieron todos mis problemas y aún más. Lo que no tenían eran mis excusas hechas a la medida, mi tibia devoción y mi discreto celo.

Tu muerte, la proclamación que de ella se hace en cada misa sería suficiente en sí misma para hacerme santo si mi fe fuera mucho más vívida, mi esperanza más alegre y mi amor más ardiente.

Jesús mío, me hubiera gustado estar en aquella habitación superior la noche antes que sufrieras por la redención de aquellos que tanto amaste. Pero nuevamente me entretengo con deseos vanos ya que ¿no estoy acaso realmente presente en esa Última Cena en cada misa? Mi fe es débil y amor tibio. Sí, estoy ahí, y ese asombroso momento en que tus apóstoles entendieron la primera revelación de tu Cuerpo y tu Sangre como alimento es totalmente mío en cada misa. Puedo ofrecerle Dios a Dios mismo por la reparación de mis pecados. Puedo recibir a Dios en mi alma de tal forma que su preciosa sangre, derramada por mí, empieza a correr en mí hacia mi corazón.

Puedo ver tu rostro en la Última Cena, Señor Jesús, elevando tus ojos al cielo hacia el Padre que te había enviado y darle gracias y alabarlo. Quisiera tener el coraje para glorificar al Padre antes de cada sacrificio que su Sabiduría me pide. Concédeme aquella total consagración a la voluntad del Padre, aquella unión con el Amor del Padre.

Observo la hostia siempre que voy a misa, y atónita y llena de asombro ante tal humildad. Mi vida está tan llena de mí, tan llena de orgullo, tan llena de la necesidad de mantener mi identidad. Tú deseas esconder tu gloria y majestad detrás de esa oblea de tal manera que yo pueda vislumbrar a mi Dios y no morir. Quieres que me sienta cómoda en tu presencia, que te hable por la diferencia de nuestras naturalezas. Oh Amor que no eres amado ¿Cómo puedo devolverte tu Amor? Purifícame, amado Jesús, límpiame de todo pecado y debilidad, cúbreme con tu misericordia y tu perdón.

“Habiendo terminado de cenar, tomó el cáliz. Y dando las gracias nuevamente lo pasó a sus discípulos diciendo: Tomad esto, todos ustedes, y bebed, este es el cáliz de mi sangre, sangre de la Alianza Nueva y Eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de sus pecados. Haced esto en memoria mía.”

El vino se torna tu sangre con esa misma tu Palabra que creo la luz y los planetas, los hombres y los ángeles. Tu Palabra transforma lo creado en lo Increado, lo finito en lo Infinito. Primero, Dios se hace hombre, luego Dios transforma pan y vino en su Cuerpo y su Sangre. Por la consagración individual del pan y el vino, la muerte de Jesús es proclamada en todo el mundo. Realmente estoy presente en el Calvario en cada Misa, porque Él nace, muere, vive y se convierte en mi alimento.

Cordero de Dios, prepara mi alma para recibir tu Cuerpo y tu Sangre. La siguiente vez que tenga el privilegio de recibir la Comunión deberé hacerlo con mayor fervor, devoción y agradecimiento. No soy digna de que entres en mi casa, pero esa es la razón por la que vienes a mi corazón. Tú has venido a salvar a los pecadores, a sanar los corazones rotos, a confortar a los afligidos y a consolar a los que están solos.

Jesús mío, ten misericordia de todos aquellos entre mis amigos, familiares y parientes que esperan y van siendo purificados de aquellas imperfecciones que los alejan de ti. Libéralos de su tiempo de purificación y concédeles gozar ya de tu Reino. Si estuviera en su lugar en este momento, seguramente hubiera querido cambiar mi vida mientras mi voluntad tenía la oportunidad de elegir. Permíteme cambiar ahora tal como hubiera deseado hacerlo en su momento.

Concédeme, amado Jesús, que pueda vivir en tu Presencia, que la reavive en mí y a mi alrededor, y que cumpla siempre mis deberes en actitud de obediencia amorosa a tu Voluntad.

Padre nuestro, que estás en el Cielo, gracias por darme a tu Hijo.

Santificado sea tu nombre, dame el coraje de llevar tu nombre con reverencia y nunca usarlo en vano.

Venga a nosotros tu Reino, que todos los hombres te conozcan como el Señor en sus vidas.

Hágase tu voluntad en la Tierra como en el Cielo, dame la gracia de vivir este momento, concédeme verte, Dios Padre, en cada cosa que me suceda, en cada persona que me cruce en el camino, que mi corazón cante siempre una sola melodía de unión con tu voluntad.

Danos hoy el pan de cada día, gracias por el don de Jesús en la Eucaristía, por tu alimento en la Escritura, por tu presencia en mi prójimo y en mi alma, y por el pan que alimenta mi cuerpo.

Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Oh Señor, dame un espíritu misericordioso y un corazón clemente de modo que a la hora de mi muerte Tú me puedas decir “Te perdono, te entiendo”.

Y no nos dejes caer en la tentación, dame la gracia de demostrar mi amor por ti venciendo al mundo, a mí mismo y al Enemigo.

Y líbranos del mal, protégeme de las tentaciones arteras y sutiles del Enemigo, que tus ángeles me rodeen con su poder y San Miguel me defienda en la batalla.
Dios Espíritu, dame una profunda comprensión de la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Mi fe es con frecuencia débil y las preocupaciones de esta vida me alejan de las realidades espirituales. Su humildad en una pequeña hostia, su anhelo de estar unido a mí en la Santa Comunión, son generalmente opacados por mi tibieza, mi negligencia, y mi apego a las cosas de este mundo. Te pido perdón por mi tibieza y te pido, Espíritu Santo, que me concedas una mirada de fe de tal modo que pueda ser beneficiado por este Don de dones: la Eucaristía.

Padre del Cielo, cuando tu sacerdote sostenga la hostia y diga “el Cuerpo de Cristo”, que mi alma se recline en humilde adoración frente al amor y humildad de Jesús. Haz que mi corazón sea un lugar de descanso puro para tu Hijo. Quiero, amado Padre, que la imagen de Jesús se haga más brillante en mi alma después de cada Comunión. En ese magno momento Dios y yo somos uno.

Jesús mío, brilla tanto en mí de tal manera que podamos glorificar al Padre dando fruto en abundancia, haz que vayamos juntos al mundo e irradiemos tu amor y tu bondad. Ten misericordia de los pobres pecadores, de los que sufren hambre, de los pobres, de los enfermos y los ancianos. Conduce a la humanidad a un conocimiento más profundo de tu amor por ellos y guíanos a todos por el camino justo.

Jesús mío, haz que mi corazón cante de alegría, porque habitas en él; haz que mi mente se vea colmada de pensamientos celestiales porque tu Padre quiere reinar en ella, que mi alma sea guiada por tu Espíritu porque Él quiere santificarla.

Soy un hijo de Dios por el Bautismo y por la Comunión mi semejanza con Él se hace cada vez más fuerte. Que nunca olvide mi última comunión y que mi corazón anhele con ansias la próxima.

En algún lugar, en alguna parte, una misa está siendo celebrada, un Calvario está siendo presenciado, una Comunión siendo recibida, ya sea sacramental o espiritualmente, se da una oportunidad para ser más como Jesús, se da el privilegio de ayudar a mi prójimo, un momento para decir “te doy gracias, Señor”, una ocasión para escoger a Jesús antes que a mí, y una oportunidad para hacer un sacrificio.

Ciertamente, la celebración de la Santa Misa continuará y continuará hasta el día en que el Padre diga –como su Hijo lo hizo alguna vez– “todo está consumado”. Sí, entonces el Cordero de Dios reinará triunfante con todos aquellos que lavaron sus vestiduras en su sangre.

“Os he amado con un amor eterno” (Jer 31, 3)

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